El pasado
domingo, mi papá me despertó muy temprano para que me levantara de la cama, me
bañara y me pusiera la ropa nueva para ir a pescar. Yo no quería bañarme porque
estaba muy temprano y hacia mucho frío, entonces rápidamente me vestí. Mi papá
creyó que ya me había bañado y salimos en el carro rumbo a una laguna cercana a
mi ciudad, al llegar allí nos pusimos el chaleco salvavidas, nos subimos a la
canoa, remamos hasta estar en medio de la laguna; luego listos y acomodados
pusimos el anzuelo a la caña de pescar y la lanzamos con fuerza al agua.
Esperamos un rato para que las truchas picaran el anzuelo, pero pasaron varios
minutos, casi una hora, y nada pasaba… Mi papá dijo: -¡Mejor vamos a un
restaurante a comer trucha pescada por otros y así calmamos el hambre que
tenemos!
Yo me
alisté para remar y regresar a la orilla; de repente una trucha saltó del agua
y mordió el anzuelo con tanta fuerza que me haló y me hizo caer dentro de la
laguna, yo no quería soltar la caña porque esa era la primera trucha que
pescaría y me comería en el almuerzo, halé y halé hasta lanzarla dentro de la
canoa, mi papá la cogió y me ayudo a salir del agua.
Tiritando
de frío me quite la ropa nueva, me envolví en una toalla y al llegar al
restaurante para que nos prepararan la trucha mi papá pidió una ducha prestada
y me hizo bañar con agua y jabón y ponerme una ropita viejita que el siempre
llevaba en el baúl del carro.
Así fue
como me toco un forzado, con agüita y jabón.
FIN
Autor: María Elizabeth Gutierres
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